Sandy es una joven que lidera el monitoreo del manglar de Garita Palmera junto a una red de jóvenes ambientalistas y pescadores, como Benigno. Sandy no tuvo acceso a educación superior, pero soñaba con ser maestra. La falta de oportunidades la llevó a soñar más allá de un salón de clases y, a sus 21 años, labró su camino; con el que ahora tiene un impacto directo en la conservación del ambiente en esta localidad costera del departamento de Ahuachapán, cercana a la frontera con Guatemala. Ahora, cada mes, toma una sonda multiparámetro, se adentra en el mar y, entre el sol costero y el mínimo movimiento de una lancha en pausa, mide salinidad, temperatura y oxígeno para registrar el estado del ecosistema. Un año después, la comunidad, golpeada por la crisis climática y la escasez de peces, ha visto señales de recuperación con el regreso del cangrejo azul, un indicador clave, según especialistas. Sin embargo, aunque sus datos fortalecen la toma de decisiones locales, aún no son reconocidos oficialmente. La restauración del manglar depende de integrar estos esfuerzos comunitarios en políticas públicas antes de que el ecosistema vuelva a colapsar, aseguran las científicas consultadas.

Sandy deja la esponja con prisa, lista para cambiar su relación con el agua. Deja el agua que usa para las tareas del hogar y regar su huerto, atraviesa la barda y se embarca en un viaje de media hora por el manglar de Garita Palmera, en el departamento de Ahuachapán. Su misión, ahora, es cuidar y defender el ecosistema. La acompañan Benigno, un pescador que guía al equipo y que aún sueña con restaurar el manglar donde solía pescar, y dos jóvenes ambientalistas que, como Sandy, han decidido leer el agua del manglar para proteger su futuro.

Para Sandy esto no es algo nuevo. Los términos técnicos que escuchaba de su hermana —salinidad, pH, oxígeno, biodiversidad— nunca la abandonaron. Hoy, esas mismas palabras la guían en su cita mensual con la sonda multiparámetro que mide la salinidad del agua, clave para la vida del ecosistema; la temperatura, que altera el equilibrio de las especies; el pH, que mide la acidez o alcalinidad del agua, condiciones que definen si el agua es apta para la biodiversidad; y la conductividad, que refleja la cantidad de minerales disueltos.

Cada número en la pantalla es una pista que le ayuda a comprender los problemas que han golpeado a su comunidad. “A veces no hay pescado, la gente lo vende más caro y tenemos que gastar más. Lo que se usaba para comprar verduras, ahora se gasta en pescado”, dice Sandy. Su trabajo llena un vacío de información crucial. Según Asunción Martínez, técnica ambiental de la Unidad Ecológica Salvadoreña (UNES) y responsable del Sistema de Monitoreo Hidroclimático Comunitario, la información que recopilan se constituye en una alternativa para tener datos locales y complementar los oficiales.

Asunción Martínez explica que esta información es valiosa, porque permite construir un panorama más completo sobre la salud del manglar. Sin embargo, el reto es que estos datos sean utilizados de manera constante y estructurada para guiar acciones de conservación a largo plazo.

El equipo de monitoreo está conformado por Sandy, de 22 años; Benigno, de 61; José Antonio, de 23, y Roni, de 28. Sandy y José Antonio aprendieron en el campo, mientras que Benigno aporta su experiencia como pescador que ha visto el manglar cambiar con el tiempo. Roni, ingeniero industrial, dejó de lado los números y las fábricas cuando su corazón conectó con esta causa.

Uno de sus hallazgos más importantes ha sido el regreso del cangrejo azul, una señal biológica de que el ecosistema comienza a dar signos de recuperación. Durante años, su ausencia fue un indicio del deterioro del manglar, pero su reaparición sugiere que las condiciones están mejorando. Sin embargo, los datos aún reflejan riesgos que amenazan este frágil equilibrio. La labor del equipo es crucial.

De la curiosidad al liderazgo: cómo formar guardianes del manglar

La transformación de Sandy no es casualidad. Forma parte de un proceso estructurado que la Red de Jóvenes Ambientalistas aplica para convertir a la juventud en un vivero de personas que protegen su territorio.

El primer paso de este proceso es la identificación de líderes comunitarios, que inicia con un mapeo de jóvenes que ejercen liderazgo en sus comunidades. Algunos llegan por curiosidad, otros invitados por un amigo o familiar. «Los colectivos nos ayudan a unir esfuerzos», explica Roni.

Una vez se ha hecho la selección, los jóvenes reciben capacitaciones en ecología, cambio climático y ciencia comunitaria. «Nosotros priorizamos el conocimiento que ya tienen las comunidades y lo reforzamos con técnicas científicas», explica Asunción Martínez, quien es trabajadora social, técnica ambiental de la Unidad Ecológica Salvadoreña (UNES) y responsable del Sistema de Monitoreo Hidroclimático Comunitario​.

A continuación, se les conecta con la Red de Monitoreo Hidroclimático Comunitario para que puedan acceder y a usar equipos como sondas multiparámetro y participar en expediciones de campo.

No basta con aprender, sino en aplicar y compartir su conocimiento con otras comunidades a través de sus habilidades natas. “Sandy no pudo ir a la universidad, pero ahora enseña a otros a usar la sonda”, destaca Asunción. Además, como dice Roni, cuando detectan un problema, presentan informes y buscan apoyo. «Si no actuamos ahora, no habrá futuro», subraya.

Así es como Sandy pasó de espectadora a líder comunitaria. La ciencia comunitaria no solo llena el vacío que deja el Estado, sino que demuestra que las juventudes pueden generar cambios reales trabajando en un ámbito científico, pese a no tener una formación académica en esta área.

La Red de Jóvenes Ambientalistas nació en 2017 como una iniciativa de la Unidad Ecológica Salvadoreña (UNES), para empoderar a jóvenes en la defensa del territorio y la justicia climática. Actualmente, agrupa 31 colectivos locales en Sonsonate, Ahuachapán y La Libertad, donde promueve la conservación de manglares, ríos y bosques. Su financiamiento proviene principalmente de la UNES y de alianzas con cooperación internacional, pero también recibe apoyo de comunidades que se han sumado a sus actividades. “Nos unimos bajo un mismo enfoque, porque tu lucha es mi lucha”, explica Roni. Desde su llegada a Garita Palmera, la Red ha capacitado a jóvenes en monitoreo ambiental, incidencia política y restauración ecológica. A través de reforestaciones, campañas de limpieza y monitoreo del agua, han demostrado que la ciencia comunitaria es una herramienta de resiliencia y de cambio. “Cuando ves a jóvenes empoderados resolviendo un problema, la gente se emociona y quiere sumarse”, dice Roni. Su impacto no solo transforma ecosistemas, sino también comunidades, demostrando que la defensa ambiental es un derecho y un deber colectivo.

Un relevo generacional: la lucha por salvar el manglar

“Antes esto era millonario”, murmura Benigno, recordando cuando bastaba una noche para pescar lo suficiente y alimentar a su familia. Hoy, la realidad es otra. “Si hace 30 años yo podía ganar 500 colones en una jornada, ahora con suerte hago 20 dólares”. Hace tres décadas, esos 500 colones equivalían a aproximadamente 115 dólares actuales en El Salvador.

El colapso del ecosistema comenzó hace décadas, pero en 2015 la comunidad sintió su peor golpe. Una marejada arrasó viviendas y embarcaciones, forzando a muchas familias a migrar, algunas incluso hasta Guatemala. Luego, la acumulación de arena bloqueó la salida del río al mar, alterando la mezcla de agua dulce y salada que sostenía el equilibrio del manglar. Además, la expansión de los monocultivos de caña de azúcar desvió los cauces naturales, dejando al ecosistema sin el flujo de agua necesario para regenerarse.

A la crisis ambiental se sumó la crisis social: menos peces, menos cangrejos, más hambre. Pero si algo aprendió don Benigno en sus 61 años es que el manglar resiste. Cuando vio a los jóvenes con sus equipos de monitoreo hace más o menos tres años, supo que no todo estaba perdido. «Antes éramos 45 jóvenes que queríamos cuidar esto», dice, «hoy veo que algunos siguen, y eso me motiva».

Aunque ya no puede salir al mar como antes, sigue transmitiendo su conocimiento a Sandy y su equipo. Ha vuelto a pescar. No es la abundancia de antes, pero es una señal de que el esfuerzo está dando frutos. «Si nosotros nos vamos, alguien tiene que quedar», dice, con la mirada puesta en la nueva generación.

El regreso del cangrejo azul: una señal de esperanza

Durante años, el cangrejo azul (Cardisoma Crassum) desapareció del manglar. Su ausencia era una advertencia: el ecosistema se estaba muriendo. Pero ahora, alguien lo ha vuelto a ver. “Teníamos años sin ver uno, pero volvió. Cuesta verlo, pero ahí está”, dice José Antonio.

Para la ciencia, su regreso no es coincidencia. “Cuando el cangrejo azul reaparece, es una señal de que el ecosistema está mejorando”, explica la investigadora Johanna Segovia. No es solo una especie más: remueve el suelo, oxigena el agua y sostiene la cadena alimenticia del manglar, explica la bióloga marina. Su desaparición significó una crisis; su regreso, una oportunidad.

El manglar, aunque frágil, está dando señales de recuperación. Y aunque no se trata de un monitoreo estatal, la percepción de la comunidad es un indicador válido en restauración. “El testimonio de quienes viven en el ecosistema es clave porque ellos notan cambios antes que cualquiera”, afirma Segovia. Su conocimiento es un termómetro de la salud del manglar, un primer aviso de lo que está mejorando… o de lo que podría volver a perderse.

Los jóvenes hacen su parte, ahora falta todo lo demás

Sandy y su equipo han demostrado que la comunidad tiene el conocimiento y la voluntad para restaurar su territorio. Han aprendido a medir la calidad del agua, han registrado cambios en el ecosistema y han documentado el regreso del cangrejo azul. Pero su esfuerzo tiene un límite. No pueden hacerlo solos.

Johanna Segovia lo advierte con claridad: “El esfuerzo de la comunidad es una estrategia de resiliencia, pero si no se logra integrarlo en políticas públicas y en acciones que escalen más allá del voluntariado, será difícil que el impacto sea sostenible en el tiempo”. La Red de Monitoreo Comunitario llena un vacío de información que el Estado ha dejado, pero sus datos aún no son reconocidos oficialmente. “Lo que hacen los jóvenes es valioso, pero necesitamos que estos datos sean utilizados en la toma de decisiones nacionales”, señala Asunción Martínez.

El problema no es solo ambiental, sino también social. Sandy lo ha vivido de primera mano. “Hay gente que me dice que estoy perdiendo el tiempo, que solo voy a ver con quién me encuentro”, expresa. En su comunidad, donde el trabajo de las mujeres se limita a las labores del hogar y la agricultura, su rol como monitora desafía expectativas. “A veces afecta, pero sé que esto es por un bien mayor, no solo para mí, sino para ellos también”.

Y ese bien mayor es lo que ha mantenido a Benigno de pie. Ha visto el manglar transformarse, la abundancia volverse escasez y a muchos rendirse en el camino. Pero él sigue. “Si yo me voy, otros deben en quedar en repuesto. La nueva juventud puede ser más fuerte que nosotros, pero que la tradición no se termine”. Mientras, Sandy sostiene la sonda con la misma firmeza con la que mantiene su sueño de impartir clases en una escuela. Ella sabe que enseñar va más allá de cuatro paredes y se ha propuesto compartir todo lo aprendido con más jóvenes. “Si algún día me voy, quiero que queden otras personas que ya lo puedan hacer.”, dice esperanzada.

@proyecto_lava

🔬 Una red de ciencia comunitaria está transformando Garita Palmera. Jóvenes y pescadores unen saberes, miden la salud del manglar 🌿🌊 y generan datos que importan 📊. ✨ Lo que comenzó como curiosidad, hoy es acción colectiva que da frutos 🦀🌱. #RedDeJóvenesAmbientalistas #JusticiaClimática #CienciaComunitaria

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