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Residencia estudiantil en San Miguel hace posible el sueño universitario 

17 febrero, 202412 min read

Una pareja de docentes del oriente del país ha creado una residencia estudiantil singular para que estudiantes de zonas remotas o rurales no dejen sus estudios superiores. 

Fotorreportaje realizado por Yessica Hompanera

Rosie y Herbert Chicas se conocieron mientras estudiaban profesorado en una universidad privada de San Miguel hace 18 años. Ambos compartían el deseo de graduarse y ser buenos docentes, pero además, los unía la experiencia de provenir desde zonas muy alejadas  de esta cabecera departamental. Rosie es originaria de Joateca (Morazán) y Herbert, del cantón San Dieguito, en San Antonio del Mosco (San Miguel). Tras coincidir en la universidad, formaron una pareja y años más tarde, también formarían una residencia estudiantil. 

Rosie y Hebert, fundadores de la “Casa del estudiante”. Foto LAVA / Yessica Hompanera

En 2017 fueron nominados como padrinos de promoción en el instituto del pueblo de Rosie. Ahí preguntaron a los graduados de bachillerato qué carreras estudiarían en la universidad. Su sorpresa fue cuando la gran mayoría de jóvenes les expresó que ellos no continuarían sus estudios. 

“No tenemos dinero, no conocemos a nadie y (la universidad) está muy lejos”, recuerda Herbert que escucharon. Luego cuenta cómo nació el proyecto que ahora lideran: “con mi esposa determinamos esa necesidad de fundar la “Casa del Estudiante”. Ese mismo año, los profesores comenzaron a buscar ayuda económica de otros amigos que se unieron al proyecto. 

La “Casa del estudiante” se convirtió en un oasis para todos los bachilleres de las zonas rurales del oriente del país. Foto LAVA / Yessica Hompanera 

La ciudad de San Miguel tiene tres de las cinco universidades que existen en toda la zona oriental. La Universidad de El Salvador (UES) es la única pública. Por ello, es la ciudad hacia donde suelen trasladarse los jóvenes del oriente del país.  Los jóvenes de esta zona tienen pocas oportunidades de estudios superiores. De todos los universitarios de El Salvador solo el 2.67% están en la zona oriental. Según datos del Ministerio de Educación, en 2022 se registró que había 190,814 universitarios. De ese total, solo 5,100 estaban en oriente. 

Para 2019, la nueva residencia logró albergar a cuatro estudiantes del departamento de Morazán. Cinco años después, se unieron estudiantes de zonas rurales de San Miguel y Usulután. Desde el 2018, año que inició el proyecto hasta la fecha se han beneficiado a 25 estudiantes. 

Aquí se brinda respuesta a uno de los principales problemas que los bachilleres enfrentan cuando provienen de zonas rurales y deben trasladarse a las ciudades. Solo alquilar una habitación en el centro de San Miguel puede llegar a costar hasta $125, más de un tercio del sueldo mínimo. En esta residencia, los jóvenes aportan una cantidad simbólica de $15, si está dentro de sus posibilidades. 

Si bien los estudiantes aún deben conseguir dinero para financiar sus estudios, ahorran al contar con un sitio seguro y accesible donde dormir. En esta casa de pueblo, las paredes son gruesas, tienen puertas y ventanas de madera. El techo es alto y el corredor está extendido a lo largo de la casa que se adorna con plantas que genera un ambiente más fresco dentro de una ciudad con altas temperaturas. Se duerme en camarotes y hay cuartos de chicas y chicos. Existen áreas comunes como la cocina, la sala, corredor con hamacas para descansar y el comedor que sirve también como un lugar de estudio.

Javier Argueta (izq) es universitario de 5º año, procedente de San Antonio del Mosco, a 55 kilómetros de San Miguel. Ingrid (der) estudia su segundo año en enfermería y  es originaria de Francisco Javier, en Usulután, a 75 kilómetros. Foto LAVA / Yessica Hompanera

Uno de los beneficiarios es Javier Argueta, de 23 años de edad. Él llegó hace cinco años a la residencia y estudia ingeniería agronómica en la Universidad de Oriente (Univo). “No tenía la opción de estudiar”, pensaba cuando iba a comenzar el bachillerato en San Antonio de Mosco. Allá se encontró en el camino al profesor Herbert, quien le insistió en que debería seguir estudiando en la universidad por sus buenas calificaciones. 

Javier toma un descanso después de su jornada de estudios de la universidad, en los próximos meses se preparará para su servicio social. Foto LAVA / Yessica Hompanera

“Que no haya un centro de educación superior cerca de nuestros lugares significa una enorme ola de migración hacia los Estados Unidos. La mayoría de estudiantes saca noveno grado o bachillerato, luego trabaja de lo que caiga. Bastantes de mis compañeros se fueron”, reflexiona Javier desde la mesa del comedor de la residencia. 

Desde este punto hace un recuento de todo lo que pasó para llegar hasta donde está hoy. De no ser por el apoyo de los docentes, a través de la residencia estudiantil, cree que su destino sería igual que el resto de sus compañeros debido a las pocas oportunidades en su comunidad. 

Javier comentó que gracias a esta residencia podrá terminar sus estudios. Foto LAVA/ Yessica Hompanera

Esta residencia no es lo mismo que un pupilaje. Aquí se promueve la buena convivencia entre los jóvenes, la solidaridad y el apoyo mutuo. Quienes crearon este proyecto no obtienen un beneficio económico y están pendientes de las necesidades que pueden surgir en el grupo. 

Para ingresar a la residencia, los fundadores tienen algunos requisitos. Los jóvenes deben provenir de zonas rurales y escasos recursos económicos. Deben demostrar el deseo de estudiar. No se les exige que demuestren excelencia académica, pero sí deberán de pasar las materias de cada ciclo académico. 

“Esperamos tener más cobertura para estudiantes de oriente y darle mayor publicidad porque hay muchos jóvenes que no conocen el proyecto”, comenta Rosie. Ella espera que con mayores recursos económicos y capacidad instalada, puedan albergar a más universitarios rurales. 

Otra de las beneficiarias, Ingrid (izq). Ella se siente feliz de tener un espacio seguro en San Miguel para cumplir su sueño de ser enfermera. Foto LAVA / Yessica Hompanera

Ingrid Mancía, de 27 años de edad, es originaria del cantón La Peña en San Francisco Javier, Usulután. Llegó a ser beneficiaria del proyecto a través de la recomendación de una amiga. Es estudiante de segundo año de la licenciatura en enfermería Instituto Especializado de Profesionales de la Salud (IEPROES).

El centro de estudios de Ingrid está a 10 minutos caminando de la residencia. Foto LAVA / Yessica Hompanera

Ingrid terminó bachillerato en 2014 y dejó de estudiar debido a que no contaba con los recursos económicos necesarios. En ese momento debió apoyar a su mamá en los cuidados de la casa. “De todas mis compañeras de bachillerato, solo yo estoy en el país, todas se fueron”, comenta Ingrid. Ahora, teniendo el beneficio de la residencia, ha podido retomar sus estudios. 

Y es que el bachillerato o el noveno grado puede ser un colador para estudiantes que aspiran a continuar sus estudios. Hay municipios que solo registraron un bachiller inscrito en la universidad entre 2019 a 2022. Tal es el caso del municipio de Nuevo Edén de San Juan (Usulután) o Meanguera del Golfo (en La Unión). 

Los estudiantes que residen en la casa tienen sus propios alimentos para la semana. Foto LAVA / Yessica Hompanera

Durante el primer año de la residencia, ninguno de los estudiantes pagó por vivir en ella, pero con la pandemia la situación económica de las personas al frente del proyecto se complicó. Esto afectó también al mecanismo de funcionamiento de la residencia.  Actualmente se pide una contribución de $15 al mes para el pago de servicios como el agua, electricidad e internet.

El proyecto ha beneficiado a 25 estudiantes de zonas rurales del oriente del país durante cinco años y esperan ampliar su cobertura a más municipios por lo que buscan patrocinio o ayuda solidaria. Foto LAVA / Yessica Hompanera

“Es difícil sostener una iniciativa como Casa del Estudiante ya que la educación no es prioridad en muchos sectores de la sociedad (…) tenemos el gran reto de llevar oportunidades de desarrollo humano a través de Casa del Estudiante a esos rincones donde no hay esperanza ni visión. Necesitamos unir fuerzas para lograrlo”, concluye Herbert, uno de los fundadores.

La misión de los profesores que fundaron esta casa y de sus colaboradores es construir un edificio propio para albergar a un aproximado de 50 estudiantes. Después, sueñan con ampliar la cobertura a otros municipios y cantones de la zona rural de oriente.

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