Por: Wendy Urbina y Verónica Martínez
Un mar de sombrillas amarillas avanza por las calles de San Salvador. Es 8 de marzo y lo que tradicionalmente ha sido morado —el color del feminismo— ahora se asoma teñido de amarillo. Las pancartas no solo aluden a los derechos de las mujeres, sino también a la minería. A simple vista, podrían parecer causas distintas, pero en realidad están profundamente entrelazadas. La minería, que amenaza el acceso al agua y un ambiente sano, multiplica las cargas de cuidado y pone en riesgo la vida de las comunidades. Al marchar contra la minería, las mujeres están defendiendo la vida y la posibilidad de cuidar en condiciones dignas. La marcha del 8M deja de ser solo una protesta para convertirse en un acto de resistencia y cuidado colectivo: cuidar de la tierra, de las generaciones futuras y de sí mismas.

“Que respeten nuestro derecho a la vida porque, en cuanto al tema de la minería, eh, vienen a hacer un daño desde ya. Desde el momento en que ellos empezaron a planificar este nuevo sistema, están violentando nuestros derechos a la vida, a nuestros niños, a las generaciones futuras. Desde el momento en que nosotros estamos defendiendo nuestros derechos, estamos dándole la oportunidad a nuestras hijas, a nuestras sobrinas, nietas, a que puedan ellas también colaborar, porque podemos hacerlo saliendo de nuestros hogares, no estar solo sumisas al servicio del hogar”, dice Daysi Hernández, 43 años.
En la marcha, las mujeres se acompañan y sostienen unas a otras. Entre los carteles, además de la derogación de la ley de minería metálica, se leen consignas sobre libertad de expresión, el cese a despidos de mujeres sindicalistas, el derecho a un nombre para las mujeres trans, la no violencia a la mujer, entre otros. Aquí, el cuidado deja de ser un acto privado y silencioso para convertirse en una acción política y emancipadora.
De carga individual a fuerza colectiva
El trabajo de cuidados ha sido históricamente impuesto a las mujeres como una responsabilidad privada y desvalorizada. Cuidar de otros —hijos, parejas, personas mayores— ha sido visto como un acto de amor o un deber natural, pero raramente como una responsabilidad política y colectiva. Sin embargo, cada 8 de marzo, cuando las mujeres dejan temporalmente estas tareas para salir a marchar, están resignificando el cuidado: lo que ha sido una carga individual se convierte en una herramienta de resistencia y exigencia colectiva, por elección propia y con dignidad.
“Que salga a defender derechos es cuidarte a vos, pero también saber que hay injusticias sistémicas que no se resuelven de manera individual y que una de las formas de visibilizar esas problemáticas a lo largo de la historia han sido las marchas. Sí, existe esta resignificación, pero también desde la politización y la colectivización de los cuidados”, afirma Amaranta Portillo, psicóloga feminista.
Cuidar para que el Estado no castigue a las que defienden
“Es precisamente uno de los valores que tenemos como sindicalistas: la solidaridad, y esa solidaridad nos lleva a cuidar de otras también. Y desde nuestro trabajo en el sindicato, a pesar de que en este momento estamos despedidas, siempre seguimos alzando la voz. Nosotras sabemos que solo las mujeres defendemos a las mujeres porque como mujeres conocemos nuestras necesidades”, dice Idalia Zúniga, lideresa del Frente Magisterial despedida por marchar para exigir que se mantenga el derecho al escalafón en el sistema educativo.

El cuidado históricamente ha recaído en las mujeres, pero en el 8M, las mujeres resignifican ese rol impuesto al exigir que el cuidado sea una responsabilidad colectiva. El Estado y la sociedad también deben cuidar. Lo que antes era una carga invisible ahora es una demanda política.
Cuidar para enfrentar juntas la indiferencia

El dolor privado de una madre por la desaparición de su hijo se convierte en una causa pública. La exigencia de justicia y reparación también es una forma de cuidado político: cuidar a las víctimas, a las familias y al tejido social.
“Es lamentable que el actual gobierno sigue negligente, indolente, indiferente, pasivo a mi dolor como madre. Me sumo al alzar la voz, que todos mis derechos como madre han sido violentados: el acceso a la información, la dignidad, el respeto, completamente todos mis derechos. Es lamentable, debo decirles que la familia, las víctimas indirectas que quedamos ante la desaparición de un hijo, un esposo, un hermano, nos volvemos invisibles ante la ineptitud del Estado por buscar y encontrar a los desaparecidos. Realmente, ahora el rol como madre cambió completamente desde la desaparición de Carlos Santos. Él me convirtió en una defensora de derechos humanos”, afirma Eneida Abarca.
Cuidar a la primera población que nos acoge

“Venimos a exigir el derecho a la identidad. Creo que El Salvador es uno de los países más violentos que existen. Además, tenemos derecho a un nombre. También estamos reclamando el derecho al agua, el derecho a crecer en un medio ambiente sano, que son de las cosas que se han destacado en esta marcha ahora. Y también, como una población trans, creo que por pertenecer al género femenino somos doblemente discriminadas.
El feminismo se ha vuelto interseccional. Eso significa que acuerpa todas las luchas, ve todas las luchas sociales y, especialmente, también las de las mujeres que nos cuidan. Creo que, desde que empezamos a salir del clóset, diríamos, la primera población que nos acoge, pues, son las mujeres”, dice Angie Escobar, 35 años, población LGTBIQ+.
La sororidad también se manifiesta en la interseccionalidad de las luchas. El cuidado político no solo es hacia otras mujeres, sino hacia las comunidades históricamente marginadas y vulneradas.
Cuidar es asegurar que las conquistas no se pierdan

“A través de la historia, las mujeres siempre hemos estado luchando precisamente para que nos consideren como sujetas de derecho y que, cuando nacemos, no nos vean con una cacerola en la mano y una escoba en la otra. Yo creo que todas las mujeres deberíamos estar principalmente levantando la voz y diciendo: ‘Los derechos que hemos conquistado no vamos a renunciar a ellos’, y queremos seguir avanzando sobre esa línea”, dice Mayte Recinos, 63 años.
El acto de marchar también es una forma de asegurar que los derechos conquistados no se pierdan. La defensa de estos derechos es una manera de cuidar a las generaciones futuras.
Cuidar para las que serán cuidadas en el futuro

“Yo lo que trato de enseñarle a ella es que nadie le puede faltar el respeto por una falda corta, por un escote, nadie puede hacerle eso. Ella tenía 15 años y me dijo, ‘mamá, de regalo de 15 años llévame a una marcha’, ‘sí, yo te llevo.’ Y desde los 15 años estamos acá”, cuenta Veraliz, de 37 años.
“Es importante principalmente porque la violencia no solo se ve en las calles, sino también en nuestras propias casas. Entonces, para mí siento que defiendo mucho eso porque me tocó ver una violencia desde niña y no quiero eso para mí. Quiero sentirme segura en este país. El de salir a las calles sin miedo”, agrega Valeria, de 15 años.
La enseñanza del cuidado también es una herramienta para la autonomía y la libertad. Enseñar a las nuevas generaciones a exigir respeto y dignidad es una forma de garantizar que el cuidado sea una decisión, no una obligación.
Cuidar y, aun resistiendo, la marcha va cuesta arriba
La verdadera paradoja de la marcha es que, aun cuando las mujeres salen a las calles para exigir justicia y libertad, siguen atrapadas en las cadenas invisibles del cuidado. Resistir implica desafiar no solo la violencia estructural y las injusticias políticas, sino también la expectativa de que, incluso mientras luchan por sus derechos, deben seguir sosteniendo el hogar y cuidando de otros.

La marcha es una declaración de autonomía, pero esa autonomía aún está condicionada por la carga histórica de cuidar. El acto de marchar se convierte en un acto doblemente político: exigir libertad mientras se sostiene el peso de un sistema que espera que las mujeres sigan cuidando, incluso cuando están reclamando ser libres. Incluso cuando marchan, las mujeres cargan con la doble responsabilidad de cuidar y resistir. Y aun así, marchan. Porque marchar también es cuidar.
“He visto un montón de publicaciones de la marcha y los hombres lo que comentan abajo es ‘vayan a hacer oficio, mejor vayan a atender las casas’. Muchas de las mujeres ya dejaron la casa limpia, los niños comidos y han tenido que resolver quién les cuida a los niños para participar en la marcha, si no es que los llevan” remata la psicóloga Amaranta Portillo.
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