El agua que parecía brotar infinitamente empobreció a paso lento en el 2018. Las disminuciones pequeñas, pero constantes, pasaron casi desapercibidas para quienes se bañaban en las profundidades de la poza de la comunidad. Pero un día, la alerta de que el único nacimiento de agua de la zona se estaba secando corrió como pólvora en la hacienda La Labor. El agua dejó de ser suficiente en la casa de Erika Solórzano como en la de sus vecinas. Y antes de que los chorros no soltaran más que aire, pusieron un plan en marcha. “Así fue como el tanque volvió otra vez a llenarse y volvió a estar como lo teníamos”, recuerda.
En El Salvador, la agonía de no tener agua en casa no es cosa del pasado. Una de cada tres viviendas no recibe agua todos los días, según datos del censo 2024. Esto explica por qué la escasez de agua figuró como el principal problema de los hogares salvadoreños en la encuesta sobre el derecho humano al agua del Instituto Universitario de Opinión Pública de la UCA (IUDOP) hecha en 2023. El problema se agudiza en el área rural, debido a que solo el 66% tiene abastecimiento por cañería dentro de las viviendas.
La Hacienda La Labor se ubica al occidente de El Salvador, en el departamento de Ahuachapán, a 85 kilómetros de la capital. En este lugar, 60 mujeres reforestaron un bosque y recuperaron de la sequía un manantial que asegura el agua para 10 mil personas. Para ello, sembraron árboles en cada invierno, hicieron rondas de vigilancia y desarrollaron campañas de limpieza en el bosque aledaño. Entre los beneficiados se encuentran habitantes de los caseríos dentro de la hacienda como El Bordo, La Piedra, El Casco, La Ceiba, El Regadío, La Pista y El Limón. Y habitantes de los caseríos cercanos como San Lázaro, el Pega Pega y El Jabillo.
Y es que la primera alarma saltó cuando se dieron cuenta de cómo los vecinos estaban deforestando la zona. “Empezaron a talar árboles para sembrar su grano básico, pero debido a eso se empezó a secar el nacimiento. Iba bajando mucho”, comenta Erika Solorzano, presidenta de la organización que crearon llamada ADECIME.
Si no intervenían, sabían que se perdería no solo el bosque, sino el nacimiento de agua que se alimentaba de él. Esta fuente de agua que empezó a bajar su caudal es la única en las 40 manzanas de extensión de la hacienda. “Cuando vimos que iban talando eso y dijimos ‘¿De dónde vamos a tomar agua si nos botan todo el bosque? ”, recuerda Maura Díaz, vicepresidenta de ADECIME.
En la hacienda La Labor, el agua se gestiona a través de una junta de agua, un organismo local que administra el recurso. Ahí no tiene competencia la
Administración Nacional de Acueductos y Alcantarillados (ANDA). La organización entre la junta de agua y la alcaldía municipal de Ahuachapán, permitió la construcción de tuberías que les abastecen del agua del nacimiento, a través de bombeo, un día sí y un día no, por 40 minutos. De esta manera, en la hacienda forman parte del 13.7% de la población que, a nivel nacional, recibe agua cada dos días, según datos del censo 2024.
Pese a que su servicio de agua se ve condicionado con días y horas, habitantes de la hacienda prefieren que su abastecimiento se mantenga en las manos de la comunidad, a través de la junta de agua, a que sea gestionado por ANDA, la organización autónoma del estado encargada de proveer agua para el consumo humano a nivel nacional. “Meter a ANDA ya es otro rollo porque no pagaríamos nosotras como lo pagamos ahora de $3, acuérdese que ya ANDA ya sería con contador y todo eso, no nos convendría”, explica la Erika Solórzano.
Para el mes de abril de este año, una nota publicada por La Prensa Gráfica informó que usuarios de ANDA “continúan reportando cobros excesivos” y que “algunos han acumulado deudas de hasta $4,000”.
Una de las claves para que estas mujeres lograran salvar el manantial reside en la formación a la que han tenido acceso. Por su organización de mujeres, han tenido capacitaciones de liderazgo, enfoque de género y de desarrollo de proyectos. Estos conocimientos les han brindado las herramientas necesarias para formular, defender y llevar diferentes proyectos a su comunidad.
Así, con alianzas de organizaciones que velan por el cuidado del medio ambiente, gestionaron con el Ministerio de Medio Ambiente y Recursos Naturales (MARN) que la zona fuera declarada como área natural protegida y obtuvieron el permiso de comanejo. Un permiso de comanejo les da autoridad -compartida con el Estado- para gestionar y cuidar los recursos de la zona. Este permiso venció hace un año, ahora se encuentran a la espera de una renovación.
“Hemos sembrado árboles, hemos hecho cercas de ladera, hacemos las brechas cortafuegos, para que no se nos queme”, enumera Maura Díaz. Las acciones han dado resultado. “Estaba como que era desierto. Ahora hay un bosque bien hermoso y bien fornido”, agrega.
Así, han recuperado 10 manzanas de terreno. Ellas, en cada invierno se adentran en una caminata de aproximadamente un kilómetro, entre veredas y cuestas, con huacales, azadones, cava hoyos, corvos y pequeños árboles donados en mano. Listas para sembrar el bosque y asegurar el agua del mañana.
“Los árboles y la vegetación en general, actúan como esponjas naturales que van absorbiendo el agua lluvia durante la época lluviosa y la liberan en épocas secas”, explica Alejandra Trejo, bióloga e investigadora de la Universidad Francisco Gavidia. “El ecosistema del bosque y el nacimiento de agua le permite tener un lugar donde vivir. Simple y sencillamente si el cuerpo de agua llegara a desaparecer toda esta comunidad tendría que ser desplazada”, enfatiza.
Para estas mujeres, seis años cuidando del área protegida ha asegurado agua en sus casas y en la de sus vecinos. El antes y el después se reconoce a simple vista. “Sí, hubo un cambio un antes y un después hablando ya de la zona”, comenta Erika. “Ahora en día, gracias a Dios nosotros nos hemos dado el placer de decir tenemos un tanque que rebalsa de agua”, agrega Delmy Muñoz, habitante de la hacienda.
“Los avances en protección en materia medioambiental que generan las mujeres organizadas son fundamentales para que se generen cambios en la sociedad salvadoreña”, opina la abogada feminista, Valeria Zetino.
Las mujeres de la hacienda La Labor realizan acciones que le competen al Estado, pero sin recibir un salario. Esto se suma al reto de concientizar a los vecinos que talaban la zona y que han sido detractores de sus acciones. “Éramos como las malas de la comunidad nosotras porque les decíamos a la gente que no talaran. Tuvimos muchos problemas con la misma comunidad”, comenta Erika. “Queremos un proyecto donde cuidemos el área, pero que las mujeres les reconozcan aunque sea con algo. Aunque sea un paquetito de víveres, esa es una lucha que todavía tenemos”, recalca, Maura.
Pese a las limitantes, la lucha por mantener protegida esta zona sigue en pie. Estas mujeres se están encargando de transmitir sus conocimientos a las nuevas generaciones para asegurar el bosque y el agua en el futuro. “También estamos trabajando con jóvenes como capacitar, porque así fue la propuesta que hicimos, capacitar a 25 mujeres defensoras ambientales, igual 25 jóvenes defensores ambientales porque vamos viendo la futura generación”, cuenta Maura.
Del mismo modo, invitan a quienes se encuentran en situaciones similares a actuar. “Nosotros invitamos a las mujeres a que se organicen y que defiendan. Y si en lugares tienen nacimientos de agua, tienen un pozo de agua, yo las invito a que luchen y que aprendan parte de lo que nosotros estamos haciendo”, dice, orgullosa, Erika.
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